Hacía ocho años que no venía por estos parajes. Muchas nieves han cubierto estos lugares, muchas lunas y auroras boreales han iluminado estos cielos. Por mi parte, mucho vivir, mucho sentir, mucho pensar; creí que no volvería jamás, pero no se debe decir no, ¿no?
El pasado mes de enero, recibí una invitación para venir a Noruega otra vez. Coby, mi cuñada, fue la emisaria de Odín y de la diosa nórdica de la fortuna, Fulla, quienes hicieron de las suyas justo en el momento en que mi cerebro, mi alma, mi cuerpo, mi espíritu clamaban por una vía de escape, una salida, un paisaje diferente, así es como he vuelto.
Esa necesidad quedó en evidencia cuando llegué. Un viaje largo desde Madrid, con seis horas de tránsito en el aeropuerto de Gatwick, sin poder salir de la terminal, metida en un “duty free” enorme que me caminé de cabo a rabo, en el que di vueltas y me senté a leer no se cuántas veces, pero con una tranquilidad y una serenidad que había dejado de reconocer en mi porque soy impaciente por naturaleza, no obstante, lo que vives te enseña y te deja ver lo has aprendido. Tres horas después de Londres llegué a Trondheim, Coby me recogió en el aeropuerto y me sentí feliz. Si se han sentido alguna vez felices de verdad, desde la tripas, entenderán de lo que hablo.
A sólo tres días de estar en Noruega, algo dentro de mi cabeza hizo “click”y me di cuenta que, en cierto modo, quien salió de Madrid el día 13 de febrero, no es la misma persona que regresará el día 28.
A medida que van pasando los días corroboro ese darme cuenta de que algo ha cambiado o quizás no es un cambio sino un encuentro con una parte de mi que pensaba no iba a poder recuperar y necesitaba tomar distancia para, como cuando observas una obra de arte, darte cuenta de los detalles; a partir de las conversaciones con Coby y con la gente que voy conociendo; desde esta sensación de vértigo constante en el estómago que a veces me deja sin aliento y hace que se me salten las lágrimas, unas lágrimas que no conocía, unas lágrimas que no son tristes, pero que brotan espontáneamente.
No se como explicarlo, es contar con la certeza de que tengo que estar aquí en este momento, es entender a las personas que quiero, enfrentarme a mis demonios y ponerlos a un lado, ahí tranquilitos.
Es despedirme de gente y dejarla en su lugar desde el amor, entendiendo que ya cumplieron su misión para conmigo y que hay otros que permanecen aquí porque es necesario. Es recibir también desde el amor a quien quiera entrar en mi vida, conocerme y disfrutar de mi presencia en la suya.
Decidir, desde mi corazón, ser siempre para Martín, mi sobrino, la tía diversión, alegría, aprendizaje y amor y devolverle a cada segundo todas las risas que me ha regalado desde el minuto cero de su existencia.
Es entender que finalmente no se puede ir por la vida de tristeza en tristeza, eso no genera ningún cambio y que siempre es ahora o nunca, estoy clarísima de que como todo, no es fácil, pero tampoco imposible, ser feliz con lo que nos llega, pero que tampoco es imposible serlo cuando me doy cuenta de que mi camino lo decido yo y no me lo marcan los demás y no paro, sigo adelante en mi empeño por construirme ese camino.
Es lo que me hace sentir este espacio que me he permitido, lo que me ha regalado este viaje y que por qué no, me merezco.