Ni tan gochos
El andino es tan reservado como las montañas donde habita, pero, a su vez, culto e inteligente, herencia de sus antiguos pobladores y los colonizadores que llegaron a Los Andes desde Colombia
El trato de «usted» le viene dado por la influencia de los españoles, quienes, en su huida de los avatares de la guerra independentista, entraban a Venezuela por la montaña desde el virreinato de la Nueva Granada, asentado en Bogotá. Es en ese momento cuando sólo etnias Timotes y Cuicas –las más avanzadas de las que poblaron el país– habitaban la región andina, de las cuales el nativo heredó otras características que se han ido transformando.
Es necesario remontar la historia para entender cómo se vincula todo lo andino de la América del Sur. Las etnias que poblaron la región recibieron influencia de los Chibchas y Muiscas –provenientes de Colombia–, que les enseñaron el cultivo de la papa.
A partir del siglo XVI, con la llegada de los españoles, los Andes venezolanos estrecharon su vinculación con Bogotá, y los europeos que venían del virreinato comenzaron a dejar sentir su influjo cultural en tierras más frías del territorio venezolano.
Cuentan también que la manera de ser del andino tiene que ver precisamente con ese frío de la montaña. Las abuelas aseveran que estimula las neuronas. El sociólogo Enrique Alí González Ordosgoitti comenta que indudablemente hay una relación entre clima y comportamiento humano, pues ciertas condiciones atmosféricas pueden ser factor determinante en la manera de ser y en las costumbres de los pobladores de las diferentes regiones del país. El andino, comenta González, «debe trabajar mucho para desarrollar su agricultura y actividades en el campo. El tachirense, por ejemplo, tiene mayor propensión al trabajo constante y sistemático, posee un sentido especial de las tareas en colectivo y respeta como pocos las jerarquías».
De estas últimas viene el trato de usted. Una vez más la influencia de Colombia se deja sentir en su idiosincrasia. «En los grupos familiares andinos predomina la figura autoritaria del padre y se establece una jerarquización de los roles, que hacen que éste se acostumbre a funcionar bajo una cadena de mando. Es por ello que siempre busca desarrollarse en carreras regidas por una institución, como la eclesiástica y la militar, porque sabe que en algún momento le va a corresponder el escalafón más alto en la cadena», dice González.
Montaña y verde
El andino tiende a ser inescrutable, cerrado y preciso en sus objetivos, rasgos que podrían estar determinados por la montaña. Los nativos de la zona desarrollan una capacidad visual mayor que los pobladores de otras regiones, pueden otear a grandes distancias y penetrar el denso paisaje con sus ojos. Sufren la soledad de la montaña, pero de manera efímera, porque sólo con caminar unos pasos pueden encontrar algún vecino que les brinden compañía y conversación. El frío y la neblina convierten el ambiente en una especie de estado de coma, con predominio de un silencio tan avasallante que –según comentan quienes han habitado en la zona– el que no está acostumbrado, puede llegar a enloquecer.
El campesino de los Andes le tiene miedo al verde, porque piensa que se lo puede tragar, por eso es que sus casas son de tapia. Son buena gente y receptivos, pero recelosos.
Por el difícil acceso a las regiones andinas y a la influencia colombiana, su poblador ha desarrollado su aspecto académico, lo que hace que se le reconozca por su inteligencia y capacidad para el trabajo intelectual. No en vano, la Universidad de los Andes –símbolo de la región– fue una de las primeras que se fundó en Venezuela. El andino de la ciudad se caracteriza por tener un amplio bagaje cultural.
En la obra El Arte de la Guerra, el filósofo y militar chino Sun Tzu dice que el guerrero en tiempos de crisis debe comer lo que consiga en un perímetro de 100 metros de distancia de su casa. El andino lo cumple, como norma, con la pisca andina, uno de sus platos emblemáticos.
También es conocido como consumidor de bebidas alcohólicas fermentadas producidas por él mismo, como el famoso «miche», la «mistela» y el «calentaíto». En la zona montañosa se oyen historias de aquellos que han muerto por hipotermia al quedarse dormidos a la intemperie en plena borrachera o las de aquellos que han finalizado sus días al caer por un precipicio en mitad de la noche.
Y es que el llamado «gocho» no lo es tanto como se cree, ni siquiera por antecedentes históricos responde al término –tantas veces peyorativo– producto de la mala pronunciación de la palabra «godo», como se les llamaba a los realistas en la época de la colonia. El sociólogo González explica que su apodo puede provenir de una mezcla de «godo» con el gentilicio tachirense, pues es el poblador de Táchira –y no el de Mérida– quien fue identificado, por primera vez, con el epíteto.
A ojos vistas, su prolífica cultura, su nivel académico y su idiosincrasia muy particular indican que ni tan gochos y ni tan godos.
Silmar Jiménez
Publicado en: Revista Producto Edición XXIII Aniversario Nº 272 julio 2006 tomo I