Caraota, el ronroneo y el amor
¿Cómo explicar el amor por un animal? ¿Cómo intentar que se entienda que pueden ser mejores que cualquier ser humano?
Llegó antes de llegar.
Cuando tomamos la decisión de venir a vivir a Asturias, Johannes, mi esposo, habló de la posibilidad de encontrar un compañero para Fito, mi gato, cuando lo trajéramos de Madrid. En ese momento dije: “tiene que ser negro y se va a llamar Caraota”.
Por diferentes circunstancias, como la posibilidad de que le pasara algo por no estar acostumbrado a salir, ni a la vida en el campo, entre otras, Fito terminó quedándose en Madrid con mi amiga Martha, muy a mi pesar, pero al fin y al cabo ellos se encontraron el uno a la otra, se necesitaban y actualmente se hacen feliz compañía.
Aproximadamente una semana después de dejar a Fito, alguien en un grupo de WhatsApp comunitario al que pertenezco, ofreció a un pequeño gatito. Pedí fotos y me volví a enamorar de un negrito.
«Ciertamente, preferiríamos un infierno con gatos que un cielo sin ellos»
— Carl Van Vechten, Escritor
El encuentro.
El trato con Rosa, que así se llama quien ofrecía el animalito, que en ese momento respondía al nombre de Pesto, era que lo conociera y que su hija Lena me aprobara como madre adoptiva de la criatura.
Nos pusimos de acuerdo para fijar un encuentro en mi casa, y conocernos. Pesto llegó metido en un transportin, tenía las pupilas dilatadas por el miedo. Cuando abrí la puerta de la caja y le hablé, parecía que hubiese pulsado el botón de los ronroneos. Nos miramos, seguí hablándole y lo tomé en brazos, lo coloqué contra mi pecho y en ese momento sus ronroneos y los latidos de mi corazón se acompasaron como si estuviésemos predestinados, en realidad lo estábamos. El encuentro se convirtió en permanencia porque ese mismo día se quedó en casa.
A Johannes, se lo ganó de entrada, Lena me bendijo como madre adoptiva y Pesto pasó a llamarse Caraota, por negrito, por ser mi comida favorita y porque mi origen siempre estará presente en cada acción, en cada cosa que haga.
Vivió dos años con nosotros, en ese tiempo se convirtió en el amo y señor de mi casa, de los alrededores y de mi corazón. Lo cual no quiere decir que haya desterrado a Fito, él siempre va a ocupar un lugar privilegiado en mi historia.
Pura personalidad felina
Caraota era otro gato; extremadamente cariñoso, ronroneador y parlanchín, comunicativo a más no poder, independiente, le encantaba andar por los prados; a veces cuando salía a llamarlo para que durmiera dentro, lo veía, en medio del verde que nos circunda, oteando el horizonte, con esa infinita mirada de sapiencia que tienen los gatos.
Bastaba con que lo llamara y venía hacia mí, por la carretera, teniendo cuidado de apartarse cuando sentía la vibración de algún coche que se acercara. Siempre me sorprenderá esa capacidad de anticipación y la percepción de estos animales.
Cuando Caraota nos veía tristes o preocupados se quedaba muy cerca de nosotros. Cuando Johannes comenzó a sentir los síntomas de la Esclerosis Múltiple se mantuvo a su lado, no lo dejaba solo ni cuando trabajaba en el jardín, era impresionante la conexión que se había establecido entre los tres. En los últimos días había cogido la costumbre de saltar a mi pecho y hacerse una bola para empezar a ronronear y luego se iba a darle una dosis a Johannes de los mismos ronroneos, o viceversa, el orden de los factores, no era importante para él, hacía su trabajo de generar amor y calma.
Ronroneos constantes; ponernos las patitas en la cara con mucho cuidado, escondiendo las garras para no hacernos daño; golpecitos con la frente, pestañeos amorosos, ojos entrecerrados, más ronroneos mientras me miraba fijamente. Nunca dejó de darme amor ni cuando tuvimos que viajar y lo dejábamos solo cuatro o cinco meses al cuidado de los vecinos. Los amigos que lo conocieron se encantaron con él por sociable y cariñoso.
Caraota se llevó un pedazo de mi corazón y todavía me saca las lágrimas, lo echo mucho de menos. Todavía creo que lo voy a ver llegar maullando como loco cuando regresamos de la calle, para hacer la croqueta a mis pies, todavía miro a la ventana de la cocina con la ilusión de verlo sentado allí esperando a que le deje entrar, escucho sus pasitos en las escaleras por las que bajaba como un adolescente insolente a plena carrera; a veces me parece que va a empujar la puerta de mi habitación como cowboy entrando a un saloon, para saltar encima de la cama y acomodarse a mis pies o entre nosotros para hacerme reír…
…A veces estoy leyendo y me parece que va a venir suavecito a acostarse sobre mi barriga o mi pecho, con el motor del amor gatuno encendido «prrrrrrrrrrr».
Sí, se puede amar a esas criaturas más que a cualquier ser humano, son capaces de brindarnos el amor más puro, sin condiciones, sin reproches, honesto, en cantidades inconmensurables.
El 28 de diciembre de 2022, enterramos a Caraota en la parte de atrás de la casa, junto a él plantamos un manzano.
Un conductor imprudente y cruel me dejó sin ronroneos, sin amor sincero y muy sola.