Inútilmente provechoso
Desde que el mundo es mundo y el hombre es hombre, lo inútil ha estado presente; las cosas inútiles, que tienen tanta historia, con el correr del tiempo han jugado papeles interesantes, pues inútiles “inventores” han sabido sacarle provecho.
Según el útil diccionario de la Real Academia Española, el término inútil proviene del latín Inutilis y se aplica a personas con impedimento físico, mientras que útil, también del latín, pero esta vez utilis es definido como aquello que “Trae provecho, comodidad, fruto o interés” vistas estas definiciones se debería determinar que ¿existen más personas inútiles que cosas útiles?
Se podría decir que si, pues a lo largo de la historia los inventos que alguna vez se calificaron de inútiles por su inoperancia, resultaron útiles, gracias a la visión de otros inventores que en su tiempo inútil se dedicaron a sacarle provecho, pero hay personas inútiles (y no precisamente por impedimento físico) que por más que venga algún ocioso a mejorarlas, no habrá nada que sacarles.
Escritores y poetas, se afanaron siempre en escribir cantidad de líneas inútiles sobre cosas inútiles, Oscar Wilde por ejemplo, siempre consideró al arte algo inútil y para él “la única excusa para hacer a una cosa inútil, es admirarla infinitamente”, según algunos los estudiosos del autor, Wilde, aunque no era bello padecía de narcisimo, ergo, era un inútil.
En fin, que el gentilhombre dublinés descanse en paz, no se trata de hacer un tratado sobre él sino de sacarle utilidad a cosas inútiles.
Aun en el siglo XXI existen cosas inútiles de lo más kitsch. Es común ver las salas de algunas abuelas la respectiva mesita con figuritas de cerámica o porcelana (“recuerdo de mi primera comunión o gracias por venir a conocerme”) que son útiles, sí, para recoger polvo; la vitrinita o “ceibó” con la colección de elefantes, búhos o tortugas, -uno robado, uno comprado y uno regalado- con la cola hacia la puerta y que para espantar la mala suerte, ni hablar de la colección de ángeles. Al visitar esa especie de templos de cosas inútiles, sólo se atina a pensar lo horrible que debe ser tener que limpiarles el polvo.
Pero lo de las cosas inútiles no para allí ni hablar del zapatito guindado en el retrovisor del taxi o carrito por puesto, o del perrito que menea la cabecita cada vez que el vehículo cae en alguno de los inútiles baches de nuestra a veces inútil ciudad.
Como no se trata de ponerse nihilistas hay que volver al asunto en cuestión que ya se convirtió en una especie de enumeración de cosas inútiles y que quizá no sirva sino para que quien lo lea asienta con la cabeza, en señal de aprobación, con una sonrisita indefinida pintada en el rostro, a la vez que piensa: “aja, si, si es verdad…”
Pero divierte continuar ya que se despertó ese gusanito, el mismo que se despierta en las reuniones inútiles que se hacen por cualquier motivo y cuyo único e inútil fin es: caerse a tragos y hablar de temas tales como el recuerdo de las comiquitas y teleseries de hace 20 años, claro está, después de haber destrozado al prójimo, a las amigas y a los inútiles de sus novios, esposos o cualquier inútil afín.
Así, en este siglo, signado por la tecnología todavía cabe la pregunta ¿hacia dónde o de qué se puede escapar alguien al pulsar la tecla “Esc” del teclado del computador? qué se hace con un monitor que no enciende, o una película de DVD mala; las escaleras mecánicas del metro que a veces no sirven y otras tampoco, los ceniceros en los carros (ya no se usan, todo el mundo saca el brazo por la ventana).
Y si se continúa, estilo reunión, se puede caer en una embriaguez de cosas inútiles hasta el punto de preguntarse ¿qué cosa inútil pensaba papá Dios cuándo hizo el ombligo? tal parece que fue un poquito de plastilina que le sobró y allí cambia el tema, se enfila hacia la religión.