Vértigo horizontal

Quizá el llano sea una de las regiones extremas de Venezuela. Todo es tan plano que produce vértigo, y todo es tan distante que transmite una soledad que se refleja en la idiosincrasia de sus pobladores

Venezuela es tierra de matices y contrastes; en ella convive una suerte de mezcla cuya data se ubica en los tiempos de la colonización. Mezcla que, a la par de conseguirla en el café «guayoyo» de la mañana, se refleja en la idiosincrasia y la manera particular de ser de sus habitantes. Sin duda alguna el llano ha sido fuente de inspiración de escritores y poetas –propios y extraños–. Gallegos lo amaba, y ese amor quedó reflejado en su obra literaria, así que es inevitable hablar del llano sin mencionar a su Doña Bárbara, descripción de Venezuela a través de la reciedumbre del habitante de esa región. Tampoco se puede evitar recordar lo que le dijera Pablo Neruda a Miguel Otero Silva ante el espectáculo de una bandada de corocoras al levantar vuelo desde un morichal y que tiñó de rojo el paisaje: «Yo no sabía que el cielo podía herirse», con esta frase el poeta chileno resumía uno de los momentos clave del paisaje del llano, una de las regiones más emblemáticas que define parte de la personalidad criolla.

Adentro y afuera

El llanero se distingue por su dureza. El sociólogo Ángel Silva Arenas lo describe a partir de cuatro características básicas: altivez, gallardía, machismo y muchísima naturalidad. Pero el lugar de procedencia le imprime rasgos diferenciales al nativo de esta región; aun así, poseen un color particular. La caprichosa geografía de Venezuela transmite la impresión de que sus estados se conectan entre sí y, sobre todo, con el llano, dividido en cuatro regiones, que también marcan a sus habitantes: Los llanos del este, en Anzoátegui y Monagas, dominados por el relieve de mesetas; los llanos centrales, en Guárico y Cojedes, caracterizados por sus cerros; los llanos del norte, en Portuguesa y Barinas, planos y poblados de ríos, y los llanos del sur de Apure, reconocidos por la variedad de aves y animales y por la belleza de la naturaleza.

El que vive en la zona tiene su propia manera de dividir la región, mucho más sencilla: llano adentro, al sur de Apure, y llano afuera, para identificar aquellos sectores más cercanos a ciudades pobladas e industriales.

En el llano adentro, el poblador anda a caballo y trabaja la tierra, amansa bestias, jala machete y arrea ganado. Los autóctonos establecen una diferenciación entre ellos a partir de una división, revestida de una especie de carga de desprecio, entre el llamado «hombre a caballo» y el «veguero», que trabaja la tierra, los conucos, las vegas y que generalmente, es un hombre de a pie o se moviliza en burros.

La peor ofensa para el «hombre a caballo» es que le llamen «veguero». En general, este llanero está marcado por la soledad de las grandes extensiones, es reservado y cauteloso, pero a la vez hace gala de una temeridad exacerbada. «Sólo basta con ser espectador de una tarde de toros coleados, actividad que se ha convertido en un elemento esencial de la cultura de la región y en el deporte autóctono del llano, donde toro, caballo y jinete se entrelazan para producir uno de los espectáculos más bellos del folclor nacional», asevera Silva.

Es el personaje que descubre y conoce el Santos Luzardo en la obra galleguiana. El habitante de llano afuera se retrata en los pobladores de Guárico o Barinas. Comparte actividades de peón y conuquero –por la tradición agrícola que lo marca–, pero es propietario o trabaja en fundos, dependiendo de su poder adquisitivo. Anda a pie o en rústicos, no es veguero y lleva en la sangre toda la fuerza cultural del hombre a caballo. Los radicados más cerca de la periferia de las ciudades siempre están vinculados al negocio de la carne, a los fundos aledaños y a las cacerías nocturnas del ganado. Se caracterizan por vestir de jeans y camisas a cuadros, con botas de cuero estilo vaqueras y cinturones, también de cuero, con grandes hebillas.

Sea de llano adentro o de llano afuera, el hombre de la región nunca debe ir sin sombrero, y considera que no debe planchar, barrer, cuidar niños, lavar ropa, y mucho menos fregar platos o cocinar. Estas actividades están estrictamente reservadas para los ancianos o para los momentos de contingencia, pero al entrar en escena una mujer, son oficios tácitamente para ellas. Su mayor diversión y manera de celebrar cualquier evento es pasar la tarde comiendo carne en vara, acompañada de cerveza, cerca de un morichal.

Con Dios y el Diablo

En los lares de Florentino y el Diablo confluye una singular mezcla de historias, mitos y leyendas. La Sayona y El Silbón vagan por los esteros y sabanas en las noches llaneras; se le rinde culto a las ánimas (benditas, ánima sola o las del purgatorio) y a los dioses menores o seres intermedios. En contraste, se practica una serie de celebraciones religiosas, en reuniones donde abundan cantos, poesía, música, ofrendas, bebidas y comidas.

El llanero es tan supersticioso que ha incorporado a sus creencias las llamadas señales provenientes del mundo animal, interpretadas como mensajes adivinatorios. Así, cuando una gallina cacarea es que alguien va a morir. La presencia de una «tara» o mariposa negra dentro de la casa también anuncia muerte. Cuando se está cazando y canta el cucarachero, es que en ese lugar está la presa.

El vuelo de un pájaro negro es cosa mala. Cuando un perro aúlla, es que tiene visiones. Cuando la gallina canta como un gallo, hay que tirarse de adentro hacia afuera para evitar la desgracia. Comer gallina negra atrae la mala suerte. Así es el llano y el llanero. Gallegos no lo podría describir mejor: «La llanura es bella y terrible a la vez; en ella caben holgadamente hermosa vida y muerte atroz; ésta acecha por todas partes, pero allí nadie le teme».

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